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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Cristina Burneo Salazar

El tamaño de un cadáver

El padre de la pequeña Emilia era inspector del colegio Santa Mariana de Jesús, en Loja. Por la mañana, a ese colegio van las niñas de la clase media. El horario diurno subvenciona al horario vespertino, al que asisten las niñas que por la mañana están ayudando a sus madres en el mercado, a vender o en distintos oficios. Muchas niñas trabajan por la mañana. En ese horario vespertino fue a la escuela María del Cisne Conde Guamán hasta el 22 de enero de 2014. Su madre la había enviado a comprar conos para el puesto de espumilla que atendía en el mercado. María del Cisne llevaba blusa y gorrito de color rosa y zapatos blancos. María del Cisne tenía siete años. ¿María del Cisne ya sabía leer y escribir? María del Cisne no tenía por qué aparecer en fotos en el celular de un violador. María del Cisne no tenía que haber sido buscada bajo tierra por perros entrenados para hallar cadáveres. Su cadáver, de siete años, mide un metro con veinte. María del Cisne no tenía que haber sido asesinada en un terreno baldío porque tenía apenas siete años y aún le faltaba aprender a multiplicar. Fue violada y asesinada a los siete años. María del Cisne, los conos para la espumilla. María del Cisne.

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Archivo. Foto: Ramiro Aguilar Villamarín

Ángel, el padre de Emilia Benavides, llevaba a su hija a rezar para que María del Cisne apareciera con vida. Hizo campañas y búsquedas de la pequeña, que en algún lado dejó tirada la bolsa con cucuruchos de azúcar y harina. 2014 a 2018. Lo que pueden la impunidad y el olvido. El caso de la pequeña María del Cisne había quedado en archivo hasta abril. En ese mes, Franco David Z. rindió testimonio y confesó su crimen. Había sido él. Confiesa porque ha perdido a su esposa y su hija ha quedado en situación de discapacidad. “Es un castigo de dios por lo que hice”. No es un monstruo. Es un hombre que encarna toda la violencia ante la que callamos. Este asesino, violador de niñas, parte de una red de pornografía infantil, es lo que no queremos ver pero que nos acecha. ¿Cuántos cadáveres tan pequeños hay que desenterrar para abrir los ojos? No necesitamos ningún dios que nos castigue cuando somos estas violencias que negamos.

Emilia rezaba por María del Cisne. Un día, Emilia no estuvo más. Fue llevada lejos cuando salía a tomar el bus de su escuela. Fue el 15 de diciembre de 2017. A Emilia también le arrebataron su vida breve. También la violaron, y luego la quemaron y la enterraron. Emilia también aparece en fotos de celulares porque también fue víctima de una red de pornografía infantil montada desde Loja. Y también calló mucha gente. También vieron para otro lado, porque es más fácil disimular que enfrentar. Emilia, que rezaba por María del Cisne, no sabía, tan pequeña, que tenía que rezar por ella misma, que la perseguía esa misma sombra, así de pequeñita como era.

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Archivo. Foto: Ramiro Aguilar Villamarin

Una red de pornografía infantil operaba en la ciudad de Loja. Al hallarse el cadáver de la pequeña Emilia, tres hombres de esa red son procesados. El “caso Emilia” es hoy una entrada en Wikipedia, así: https://es.wikipedia.org/wiki/Muerte_de_Emilia_Benavides. ¿Cuántas niñas en Loja van a convertirse en “casos”, en material de consulta, cuántas muertes violentas vamos a escribir? ¿Escribiremos un día algo que no sea esto? “Tras la audiencia de formulación de cargos, los tres procesados José Fabián Nero, Manuel Ambululdi y Tania Yulecsy ingresaron al Centro de Detención Provisional de Azuay en el Centro Regional de Turi al norte de la ciudad de Cuenca. Sin embargo, alrededor de las 07:00 el principal procesado dentro del caso, José Nero, fue hallado muerto en su celda. Nero, aparentemente, se había suicidado usando una camiseta para ahorcarse colgándose de las varillas de una de las camas de la celda.”

Hoy, el taxista que llevó a Emilia a su lugar de violación y el responsable de la red de pornografía han recibido una sentencia de 34 años y ocho meses por delito de femicidio no íntimo. La fiscal Bella Castillo, en su lucha por hacer visible la violencia de género, mandó a realizar 38 peritajes para el caso y hoy planea apelar la sentencia a 40 años. Esos 40 años no traerán de vuelta a Emilia, tampoco a María del Cisne, pero es la justicia que tenemos. Secuestro, violación, trata y asesinato de una niña: “infracciones”. ¿Cuántas niñas en Loja han sido y serán asesinadas por redes que pagan mil dólares por una violación filmada? La red ha sido desmontada, pero la manera en que esto se ha naturalizado es también muy violenta. “Así pasa”. El sistema de justicia no pudo siquiera separar a los responsables en celdas para seguir con el proceso. La ministra de justicia entonces, Rossana Alvarado, se justificaba diciendo que no había celdas suficientes. Trataron este caso como si no hubiera sido una amenaza para todas las niñas en Loja, como si las “infracciones” pudieran ser tratadas como cualquier robo. Como si la vida de las niñas estuviera a la deriva. Está a la deriva, nos dice el sistema de justicia.

Como en tantos lugares, las niñas y las mujeres en Loja viven en un constante estado de alerta. Bernardita Maldonado conocía a Emilia, amiga muy cercana de su hija. “Caminar en Loja es caminar con miedo. Ninguna de nosotras puede decir que no ha sido tocada, amenazada, hostigada. Nos dicen que no caminemos por detrás del estadio, que no tomemos esta calle, que no pasemos por esa tienda, que no salgamos a esta hora. ¿Tendremos que terminar caminando por túneles y alcantarillas, entonces?” La impotencia de Bernardita es la de muchas mujeres que saben que en Loja se tienen que desmontar las violencias de género para proteger la vida de las niñas y las mujeres, pero que la negación y la resistencia son enormes, infranqueables. “¿Cómo es posible que en un espacio tan pequeño se acumule tanto odio, tanto desprecio por nuestras vidas?” Su pregunta es terrible porque da cuenta de la impunidad y la indolencia que nos atraviesan, aun frente a vidas de niñas tan pequeñas que no alcanzaron a crecer pero que son vistas como responsables, junto con sus familias, de la terrible muerte que les dan las violencias con nombre y apellido con las que convivimos: redes de pornografía, tratantes de personas, asesinos, violadores que muchas veces están nuestras familias o en nuestro entorno. “No debía haber ido sola, no tenía que haber estado en la calle”. Los zapatos blancos de Emilia, la bolsa que llevaba María del Cisne con cucuruchos para espumilla…vemos todo, pero no queremos ver lo que nos mata. No vemos que la pobreza desprotege a las niñas, que el trabajo infantil las expone hasta la muerte, que callar la violencia produce más y más víctimas.

“Yo recuerdo abrazar a la pequeña Emilia, todavía siento el calor y el peso de su cuerpo entre mis brazos”, me dice Bernardita.

No nos resignamos a que la justicia se reduzca a devolvernos en bolsas los cuerpos de nuestras muertas, porque no deberían haber sido asesinadas. No nos resignamos a la eficacia de los protocolos de búsqueda, porque no deberían haber desaparecido. No nos resignamos a que eso se llame justicia, porque justicia de verdad sería que no tuviéramos miedo de vivir en el mundo. No nos resignamos a que la única reparación sea endurecer las penas, porque la prisión apenas simula que la violencia está contenida. No nos resignamos a que se clame por la pena de muerte para los femicidas, porque una muerte no deshace otra muerte. No nos resignamos a que el Estado use a los femicidas capturados como trofeos, porque tendría que ser el Estado el primero en desmontar su circo de justicia. No nos resignamos a que el sacerdote dé una misa para que nuestras muertas descansen en paz, porque no van a descansar ellas ni descansaremos nosotras mientras no se desmonten estas violencias que atravesamos todos los días. No nos resignamos a que la escuela, la familia o el amor sean el lugar donde vamos a encontrar la muerte. Otro tiene que ser el amor de pareja, que no mate, otra tiene que ser la familia, que no disimule, otra la escuela y otros los caminos que caminamos, que no conduzcan a nuestra muerte.

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Autoras

Cristina Burneo Salazar

PhD en Literatura latinoamericana por la Universidad de Maryland. Maestría en Estudios de la Cultura, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador. Licenciatura en Comunicación y Literatura, Pontificia Universidad Católica del Ecuador.