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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| La Periódica

Ana

Ana (nombre protegido) tenía 14 años cuando dio a luz a su segunda hija. Su madre tenía un trabajo que demandaba mucho de su tiempo, por lo que llegaba a casa por las noches, y no se dio cuenta de que Ana estaba embarazada, ni tampoco pudo identificar que la niña estaba siendo víctima de violencia sexual por parte de su hermano mayor, quien tenía 20 años.

Una noche, la madre de Ana llegó a su hogar y vio que todo en su casa estaba lleno de sangre, el piso, las paredes y se dio cuenta que su hija estaba en el baño. Ella, sin entender que había pasado, recorrió la casa hasta llegar a la terraza, en donde estaba su hijo con un bebé en brazos, su hija había dado a luz en casa a su segunda hija. La madre de Ana no supo si su hijo quería deshacerse del bebé, aunque eso dedujo de su actitud porque todo indicaba que él quería hacerlo desaparecer, como si creyese que nadie se daría cuenta.

La madre se llevó a Ana al hospital para que la revisen y atiendan. Cuando volvió a casa, no encontró a su hijo y la casa estaba totalmente limpia, no volvieron a saber más acerca de él, a pesar de que la madre decidió denunciarlo por lo que había pasado con su hija. Cuando dieron de alta a Ana, la derivaron a una Casa de Acogida en la ciudad de Quito.

Ana, como otras niñas en situaciones de violencia parecidas, tenía una “relación” con su agresor que ella consideraba “afectiva” y “de pareja”. Con el tiempo y la terapia, Ana se ha dado cuenta que estaba inmersa en una situación de violencia.

Ana, tuvo dos agresores, el primero su tío, de quien tuvo su primera hija a los 12 años y el segundo, su hermano, ella no aceptaba su embarazo, no lograba hacerse a la idea de que estuviera pasando por esa situación, que su cuerpo de 14 años pasara de nuevo por una experiencia así. Sentía culpa y miedo. Su padre, sin entender ni acompañarla, la juzgó y sintió que lo ocurrido era un error de ella. Sin cuestionar al agresor, le repetía:

-“¿Cómo has podido hacerme esto?”.

Hasta el día de hoy ella siente culpa, tiene episodios depresivos y su salud mental es un vaivén, hay días buenos y otros no tan buenos.

Ana es una niña, pequeña y delgada, aunque en su actitud refleja una madurez de alguien mucho más mayor. Tiene un sentido de la responsabilidad llevado al extremo, es difícil verla disfrutar, apasionarse por algo o reírse. Personas cercanas la describen como una “madre abnegada”, una niña sobrecargada. Dedica todas las horas de su día a cuidar a sus hijas. Le cuesta llevarse bien con sus compañeras de la Casa de Acogida, ya que su relación con ellas se basa en un juicio continuo acerca del cuidado a su hija. Está bastante sola y así vive su maternidad forzada, producto de violación.

Ana no puede más, tener a cargo dos hijas la sobrepasa; a menudo llora y se desespera, siente que no puede, no sabe qué futuro le espera, ya no puede ser más una niña.

Ilustración de @pepailustradora

Estas historias son de niñas que han pasado por casas de acogida en Quito y fueron recolectadas en un trabajo conjunto entre Surkuna y la Periódica.

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Autoras

La Periódica

Primera revista digital feminista en línea desde 2017 en Ecuador. Es un proyecto orientado a denunciar y visibilizar la vulneración de derechos a las mujeres, niñas, y personas LGBTIQ+, y narrar la realidad desde una perspectiva feminista crítica.